Cuando nacemos, no sabemos hablar, no sabemos andar y ni si quiera sabemos cómo mover el cuerpo. Mediante la experimentación, mediante un proceso de prueba y error, aprendemos a desenvolvernos en el mundo que nos rodea. Al principio, simplemente realizamos movimientos torpes con los que nos golpeamos sin querer. En lugar de venirnos abajo, seguimos intentando, aprendiendo sobre nuestro propio cuerpo y asimilamos de manera que poco a poco vamos perfeccionando nuestros movimientos hasta ser capaces de gatear, andar y correr.
Experimentar es parte de la vida y el fracaso es consecuencia inevitable de esta experimentación; no es cuestión de si algo va a fallar, sino de cuándo lo va a hacer y aprender del fallo para volver a intentarlo.
Igual que las personas, las organizaciones y empresas también deben experimentar, probar cosas nuevas, innovar en sus productos y procesos y seguramente saldrán mal muchas veces y ejemplos podemos encontrar en todas partes https://www.braineet.com/blog/innovation-failures. Pero hay que seguir probando, porque experimentar puede traer el fracaso, pero la no experimentación asegura el fracaso a la larga. Imaginemos como sería el mundo si cuando aprendemos a andar, después de la primera caída no lo hubiéramos vuelto a intentar.
Aunque el fracaso es inherente a nuestras vidas desde el momento de nacer, el hecho es que tanto los individuos como las empresas somos reacios a hablar de nuestras historias fallidas y esto impide aprender de ellos y crecer. Dice el refrán que “de los errores se aprende” y es cierto que rara vez se tiene éxito con el primer intento, sino que se suelen necesitar varios más. Pero lo que muchas veces falta es el valor de probar porque también faltan las correspondientes condiciones que promuevan esa experimentación e innovación.
Una cultura de la innovación basada en el fracaso es importante para poner a prueba ideas que pueden no parecer muy probables al principio, pero que siguen siendo factibles. El fracaso es necesario para crear lo improbable: si no pruebas algo improbable, nunca se hará realidad. Asumir riesgos, romper las reglas y abrir nuevos caminos lleva consigo no conseguir siempre los objetivos. Como dijo Elon Musk:
«El fracaso es una opción aquí. Si las cosas no fracasan no se está innovando».
Elon Musk
Trabajar en una cultura del fracaso en las organizaciones, es crear los flujos de trabajo necesarios que permitan a los empleados fallar y aprender de los intentos fallidos; y para ello se necesita un liderazgo especial. Un liderazgo que fomente el pensamiento no convencional, que fomente diversidad y libertad de expresión, que anime a probar y que cree un espacio libre de acusaciones en caso de fallo y que se afronte el fracaso con un proceso constructivo y de aprendizaje. Este liderazgo debe proporcionar también las redes de seguridad para evitar que el fracaso propicie el desaliento de la persona o reprimendas hacia ella. Estamos hablando de un liderazgo de libertad para probar y protección ante el fracaso; del mismo modo que cuando un pequeño comienza a andar, sus padres le animan a hacerlo, pero si se cae, estarán allí para recogerlo y volverle a animar a intentarlo.

Si tenemos demasiado miedo a probar algo nuevo, puede que nunca alcancemos nuestro potencial, debemos convertir nuestros fracasos en lecciones y poder pivotar nuestras acciones para hacerlo de otra manera.
Una cultura del fracaso es especialmente útil para los equipos/organizaciones que trabajan con sistemas distribuidos complejos y a gran escala, de modo que no haya miedo de probar y aprender y conseguir así el máximo potencial de cada uno de los integrantes. De modo que, si el fracaso es una opción, se ofrece la posibilidad de ir a por lo que realmente se quiere, no importa lo enorme o inaudita que sea la idea. Y si no funciona, se pivota y se vuelve a intentar.
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